Gauchito Jilguero... : Kombatiendo las horas al pedo...

viernes, 8 de junio de 2007

Gauchito Jilguero...



El cielo abierto, estrellado, es quien corona la noche de festejos del día 8 de enero. El sol del día reúne a todos en la fe, devotos y curiosos. El mismo cielo que lo acompañó cuando vivía y el sol que brilló sobre su piel cuando hacía lo que estaba a su alcance para ayudar a sus hermanos.

Un día como hoy, un 12 de agosto Encarnación Núñez dio a luz a un niño que llamó Antonio Mamerto Gil Núñez. Su padre era José Gil de la Cuadra. Corría el año 1847 según se cuenta pero pudo ser antes o un poquito después. De su niñez poco se sabe, su protagonismo comenzó a cobrar importancia siendo ya mozo.
Eran tiempos difíciles, el escenario parece ser el mismo que vivían y peleaban el Chacho Peñaloza y Facundo Quiroga entre otros. A estos hombres los hermanaba la oposición a luchar en rencillas internas y el afán por la justicia, anhelada pero tardíamente conseguida. En el caso de Antonio Gil, la situación política de la región lo expuso a un rol que no aceptó y que le fue exigida por el Coronel Juan de la Cruz Zalazar, ex guerrero contra el Paraguay, que representaba en esta oportunidad a los celestes. En lucha con los colorados, la misión era enfrentar a sus hermanos, por lo que una vida de persecución quedo planteada cuando eligió “alzarse” o mejor dicho irse del lugar para no cometer tal error.
No se sabe con seguridad la fecha histórica de sus vivencias. Lo que si se sabe es el día de su muerte y el período de lucha que atravesaba a la Corrientes de la época: liberales y autonomistas (celestes y colorados respectivamente) se enfrentaban a diario y obligaban a su gente, a sus gauchos, a sumarse a la partida. Esos gauchos eran correntinos, gauchos criollos y campesinos, vecinos y cuando no amigos o parientes, convocados a matarse entre sí por la causa política que sus jefes defendían y que muchas veces ellos, a gusto o disgusto acompañaron. Las guerras no eran nada nuevo, ya habían sufrido el cruento enfrentamiento con el Paraguay y esto parecía no terminar en las últimas décadas del siglo XIX.

Gil ya había guerreado contra el Paraguay y conocía de esas muertes y de luchas. Dicen que por esa época, el Coronel Zalazar, llegó a Los Palmares, lugar donde eligió acampar con su gente de campaña. Allí Antonio Gil, reclutado anteriormente, decidió dejar del campamento y se internó en el monte. Sus detractores lo acusaron luego por delitos contra la propiedad y lo nombraron “desertor” por cuestión de rebeldía; otros en cambio lo defendieron y lo nombraron como un luchador por la causa de los más necesitados. Su gente lo recuerda como un hombre de bien y viejos pobladores aseguran que tenía el “don” de curar, una mirada capaz de hipnotizar y un coraje envidiable.
Antonio Gil permaneció en los montes, rodeando los destacamentos para no ser encontrado se acercaba a los pueblos y ayudado por sus amigos sobrevivía. Según algunos dicen, se apareció después de más de un año. En ese lapso de tiempo el mismo grupo de gauchos y soldados que él había abandonado en Los palmares había estado licenciado porque hubo un acuerdo entre liberales y autonomistas, y fue luego convocado nuevamente para una batalla. Los hechos se confunden en este punto: algunos recuerdan que lo sorprendieron en el monte, otros dicen que se presentó ante el mismo Coronel Zalazar de entonces, cuando éste llamó a sus hombres, momento en el que se le preguntó por sus motivos para desertar.
En lo que todos coinciden es en la explicación de Gil. Ñandeyara, dios guaraní, le había dicho mientras el dormía que no había razones para pelear ni agravio que vengar, tras lo cual decidió tomar sus cosas (y no otras) y salir al monte caminando, acompañado de dos compañeros que al escuchar lo que él decía del mensaje divino decidieron seguirlo. Sin embargo, parece que su explicación no fue suficiente, fue mandado a Mercedes y desde allí debía ser trasladado a Goya para ser juzgado en Tribunales de la jurisdicción. Se entregó mansamente y maniatado emprendió el viaje con cuatro soldados. Conocía su destino.
Los vecinos al ir enterándose se preocuparon, era sabido que la mayoría de los presos no llegaban a Goya, eran muertos antes, en el camino. Episodios que generalmente se justificaban como intento de fuga y un avenido tiroteo terminaba con la caída y muerte del preso.

Entre los que se enteraron de los hechos, estaba Velázquez, un coronel veterano guaraní que conocía a Gil, a quien consideraba noble y honesto, y de quien decía que era conocido como hombre bueno, justo y conjurado cuando las circunstancias lo requerían. Pensando en estos hechos, se presentó ante Zalazar para pedir por él. Zalazar pidió entonces que si sus palabras eran ciertas le hiciera llegar 20 firmas de personas conocidas del pago de Mercedes y el daba su palabra de dejarlo en libertad junto con el perdón. Dicho esto Velázquez juntó las firmas y Zalazar cumplió con su palabra.
Pero la nota remitida a la ciudad de Mercedes llegó tarde. Gil y los soldados ya habían salido para Goya. Y al llegar al cruce de las picadas, a unos 8 km., un poco más de una legua, al norte de Mercedes, los tres soldados, un sargento y el prisionero Antonio Gil hicieron un alto en el camino, para descansar los caballos o para cumplir otros fines; la historia parece confirmar que fue lo segundo: ningún prisionero llegaba a destino en esa época.
Apelando a la bondad de estos sargentos y soldados les pidió que no lo maten, que la orden de su perdón esta en camino. No lo escucharon y el agregó: Vos me estas por degollar, pero te digo algo más: cuando llegues esta noche a Mercedes, junto con la orden de mi perdón, te van a informar que tu hijo se está muriendo de mala enfermedad y, como vas a derramar sangre inocente, invocarme para que interceda ante Dios Nuestro Señor, por la vida de tu hijo; porque sabido es que la sangre del inocente suele servir para hacer milagros…” Cuentan que el sargento no creyó en sus palabras, en cambio creía que Gil estaba asustado y delirando del miedo o diciendo cualquier cosa para salvarse.
Después de esto lo mataron. Sobre su muerte se cuentan muchas cosas más. Algunos dicen que tal vez lo ataron a un árbol y le dispararon pero las balas no le entraron en el cuerpo tal como dice otra creencia popular que afirma que quien lleva un amuleto de San la Muerte no le entran balas en el cuerpo. Antonio Gil precisamente llevaba para su protección un amuleto de este “santito”, como él le decía.
También se dice que lo colgaron de los pies y con el mismo cuchillo de Antonio Gil, el sargento cortó su yugular. Otros dicen que llegado al lugar, el sargento ordenó que los soldados lo colgaran y allí lo degolló.
Lo cierto es que murió brutal e injustamente siendo además inocente. Después de este momento sus matadores regresaron a Mercedes y se enteraron de la verdad de las palabras de Gil. El sargento recordó sus palabras y solicitó permiso para visitar a su familia; al llegar a su propia casa recibió la noticia de la gravedad de su hijo, con fiebre altísima y sin salvación.

De rodillas le pidió al Gauchito que intercediera ante Dios para salvar la vida de su niño y le suplicó perdón por sus actos. A la madrugada el milagro había sido concedido y el sargento lleno de alegría construyó con sus propias manos una cruz con ramas de ñandubay y se dirigió caminando hasta el lugar donde había matado al Gauchito.

Desde ese momento y hasta hoy se hace un alto en el camino para pedir y dar gracias a Dios, por su intermedio. Los peregrinos y promeseros desde entonces son cada vez más numerosos. Son multiplicados por miles las personas que se cercan a visitar al santo, a tocar su Cruz de Madera, prenderle una vela colorada o plantar una tacuara con una bandera colorada con los nombres de las personas a las que se le pide que proteja o para dar testimonio del milagro realizado por el Gauchito. También se suele estampar en una placa el agradecimiento que perdurará por siempre en el recuerdo de los tiempos.
Fuente: olvidada, y si, me olvide de donde lo saque...

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